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Hubo un tiempo
en que el hombre y la muerte
eran hermanos.
Una época en que los niños
florecían como estrellas
y el infierno aún no abría sus rejas.
Un lugar de nuestra memoria
en que la nieve cubría los pies
y la guerra era la ley.
Entonces,
la palabra abrió las puertas del cielo
y nos vimos desnudos en la tierra.
Y nos vimos hambrientos, sexuados y libres.
Y nos vimos hambrientos, enojados y libres.
Y nos vimos hambrientos, egoístas y libres.
Y porque nada teníamos,
soñamos la alegría, la justicia y la belleza.
Escribí este poema a mediados del 2000, en un bus rumbo a Santiago, con ocasión de la inauguración de una exposición de pinturas sobre el efecto de la luz en la Iglesia de San Francisco.
Fue la primera exposición en Chile de nuestro amigo del Rimac, Julio Campos Ayala.
La idea fue de Luz. Enrico Bucci y yo colaboramos. Alma nos prestó el lugar, el hall central del Hospital San José.
Como pueden apreciar, es un texto muy pretencioso, pues contiene una mirada sobre toda la historia de la humanidad y el rol de la palabra como vehículo constructor de la conciencia.