26 de octubre de 2010

Abuela, madre, hija.





Nací frente al templo de los centauros,

traje un silabario con cuerpos desnudos

y las siete vocales de Simónides

marcadas en  la cresta de mi espalda.


Los ojos de  mi abuela

liberaron su luz sobre mi alma,

apartando mi nombre de las sombras,

limando mi egoísmo,

separándome del agua.


Mi madre era pura sonrisa,

entre lágrimas

revisaba mis dedos,

el torso de las orejas,

los lápices que usaría en el invierno.


Isidora estaba inscrita en mi frente,

su alma buceaba en otro plano,

era espejo de otro sueños,

agua que cae en el Río Pangue.




La imagen proviene de  este sitio y corresponde a una obra del pintor Claudio Bravo.

4 comentarios:

Ana dijo...

Un poema exquisito. Me obliga a quedarme por aqui y leerlo una y otra vez, en silencio para escuchar una música que llega de lejos.

Y me quedo con gusto.

lichazul dijo...

felicitaciones
un poema precioso

buen martes

Lety Ricardez dijo...

Tal vez este poema, hasta el momento es mi preferido.

Lo he saboreado, me he deleitado en él, tanto que me gustaría llevarlo conmigo.

Gracias por este momento que me has regalado

Isabel Barceló Chico dijo...

Bellísimo, querido gonzalo. Así quiero ser como abuela para mi nieta que ya estaba inscrita en la frente de mi hijo. Besos y mi admiración.

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