7 de mayo de 2013

Edgardo Enríquez Frödden







Me niego a odiar.
Elevé una ciudad de luz
y no la ahogaré en el fuego.

En sus grandes plazas.
Con humilde orgullo
recibiré  a mis hijos perdidos.
Seremos agua y canto.
Uno en la rosa que vuelve.
Uno en el día sin tiempo.

Aprenderé de ellos.
Alzaremos el cuerpo de la aurora.
Naceremos desde el aire.
Seremos raíz de primavera.








Don Edgardo, a falta de su  Venerable Maestro, solicitó la presencia de un sacerdote católico en Isla Dawson para que le ayudara a no odiar.

Leyendo los testimonios de Edgardo Enríquez  y de Alberto Bachelet, y conversando con Gabriel Zamora, descubrí sus esfuerzos por no odiar,  no permitir que destrocen su paz y la serenidad de sus conciencias.


La fotografía proviene de www.udec.cl

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