Hoy mis palabras tienen sabor a mora.
Hablo y la gente me persigue con cucharas
para tomar mi voz y beberla
batida con yogur.
Otros toman los puntos de mis íes
y las incrustan como pequeños frutos
sobre sus helados de chirimoya.
Me gusta cuando las voces
más fuertes y robustas
son saboreadas como
eróticas varas de caramelo
por mujeres de labios rojos
y caderas asombrosas.
En cambio, temo a los hombres
que untan sus gruesos dedos
con aquellas palabras que duermen
o caen desaprensivas
en las manos equivocadas.
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