25 de noviembre de 2009

Un pequeño país gobernado por sus dueños.



¿Qué hacemos si Sebastián Piñera gana las elecciones presidenciales?.

Para muchos de nosotros, causa una profunda amargura observar que los mismos grupos políticos que aplaudieron la dictadura militar consolidan su hegemonía social copando el ejecutivo, la unanimidad de las grandes empresas, los medios de comunicación, el senado y los municipios.

En el plano institucional, Chile se configura como una República Oligárquica en que la universalidad del voto se desdibuja a causa de la mala educación que convierte a los votantes en barcos de papel movidos según el viento de la propaganda y el constante murmullo conservador de los medios de comunicación.

¿Qué hacer entonces?. Habrá que partir de nuevo, retirarse a la montaña, dejar de poner el énfasis en la política de las oficinas y del Congreso y centrarse en la política del barrio, de las fábricas, de las familias, de sus pequeñas organizaciones.

Nuestra sociedad civil vive con los valores de la derecha: el exitismo económico, el consumismo, el catolicismo conservador, la demonización de la delincuencia.

Es fácil ahora echarle la culpa de esta situación al Gobierno y a la Concertación. Pero ello no es así del todo. La responsabilidad la tenemos todos los ciudadanos progresistas que dejamos muda nuestra luz, nuestra voz, nuestro anhelo de que la hermandad reine sobre la Tierra.

La elección profunda, la que define el rumbo de la sociedad, se define en la multiplicidad de organizaciones que existen en la comunidad. Es allí donde estamos perdiendo desde hace tiempo. Ese es nuestro problema y nuestro desafío.

Habrá que conversar más, escribir más, participar más, compartir más. Eso tiene rendimiento electoral permanente. Eso nos hace crecer como seres humanos, prestigia a la política y nos causa alegría.

Bueno, y si al fin y al cabo, Piñera no se viste con la banda tricolor, de todos modos debemos centrarnos en la sociedad civil. De nada sirve conservar los votos de la población, si sus corazones han abandonado nuestros ideales.

12 de noviembre de 2009

El poeta laico José Domingo Gómez Rojas y el Mensajero de la Paz.




Se salvó la plaza de José Domingo Gómez Rojas. El poeta - estudiante, héroe de la generación del año 20, estuvo a punto de recibir sobre sus hombros a una gigantesca estatua de Juan Pablo II.

En términos de imágenes, era el Sumo Pontífice erigiéndose por sobre la tradición laica de la República, expresada en la memoria del poeta y en el edificio de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile.

José Domingo murió en el manicomio, lugar al que fue enviado por oponerse junto a la FECH al envío de tropas a la frontera con Perú.

Pienso que al propio Mensajero de la Paz no le hubiera gustado ser empleado como elemento de polémica, sino que como símpolo de amor, tal como se merece por su contribución a la armonía entre los pueblos.


Poema Protestas De Piedad de José Domingo Gómez Rojas

I

En esta Cárcel donde los hombres me trajeron,
en donde la injusticia de una ley nos encierra:
he pensado en tumbas en donde se pudrieron
magistrados y jueces que hoy son polvo en la tierra.

Magistrados y jueces y verdugos serviles
que imitando, simiescos, la Justicia Suprema
castraron sus instintos y sus signos viriles
por jugar al axioma, a la norma, al dilema.

Quisieron sobre el polvo que pisaron, villanos,
ayudar al Demonio que sanciona a los muertos
por mandato divino y en vez de ser humanos
enredaron la urdimbre de todos los entuertos.

Creyeron ser la mano de Dios sobre la tierra,
la ira santa, la hoguera y el látigo encendido,
hoy duermen olvidados bajo el sopor que aterra,
silencio, polvo, sombra, ¡olvido! ¡olvido! ¡olvido!

II
Y pienso que algún día sobre la faz del mundo
una justicia nueva romperá viejas normas
y un futuro inefable, justiciero y profundo
imprimirá a la vida nuevas rutas y formas.

Desde esta Cárcel sueño con el vasto futuro,
con el tierno solloza que aún palpita en las cunas,
con las voces divinas que vibran en el puro
cielo bajo la luz de las vírgenes lunas.

Sueño con los efebos que vendrán en cien años
cantando himnos de gloria resonantes al viento;
en las futuras madres cuyos vientres extraños
darán a la luz infantes de puros pensamientos.

Sueño con las auroras, con los cantos infantiles
con alborozos vírgenes, con bautismos lucientes:
que los astros coronan a las testas viriles
y su clamor de seda es un chorro en las frentes.

III

Desde aquí sueño, Madre, con el sol bondadoso
que viste de oro diáfano al mendigo harapiento,
con las vastas llanuras, con el cielo glorioso,
con las aves errantes, con las aguas y el viento.

La libertad del niño que juega sobre un prado,
del ave que las brisas riza con grácil vuelo;
del arroyo que canta, corriendo alborozado;
del astro pensativo bajo infinito cielo.

La libertad que canta con las aves es trino,
con los niños, es juego; con la flor, es fragancia;
con el agua canción, con el viento divino
véspero, errante aroma de lejana distancia

Todo es nostalgia, Madre, y en esta Cárcel fría
mi amor de humanidad, prisionero, se expande
y piensa y sueña, y canta por el cercano día
de la gran libertad sobre la tierra grande.

IV

Sin ti, madre, la vida sería un don maldito;
una infame limosna de la carne sufriente;
pero tu amor, es rosa y es cristal inaudito,
es la divina música y es pensarosa fuente.

Hace ya muchos siglos que te vivo y te siento.
Mi tristeza es belleza de un extraño destino,
hacia ti me llevaba este o esotro viento,
hacia tu eternidad ese o aquel camino.

Como tú eras eterna, como tú eras divina,
como sobre tu frente caminaron los astros,
me creaste divino por gracia peregrina:
la eternidad, sumisa, seguirá nuestros rastros.

V

Por ti, la raza humana, madre, se transfigura
ante mis pobres ojos, por tu amor se redime
la carne y la pasión. Por tu inmensa dulzura
nació en mi la piedad para el hombre que gime.

¡Dolor de ser tan triste y tener que ser bueno
porque siempre en mi frente siento que están tus manos!
¡Dolor de ser dulzura para tanto veneno
y de tener el alma puesta en astros lejanos!

¡Dolor, madre, dolor, de escribir mi elegía
por darte en rosas pálidas un secreto tesoro!
¡Dolor, madre, del canto que profanará un día
un mendigo, un tirano y el becerro de oro!

¡Dolor, madre, dolor de tener que cantar
porque un nudo fatal se anuda a la garganta,
dolor de no poder odiar, y amar, amar
a un pueblo vil que deja poner en sí la planta!

¡Dolor, madre, dolor de tener que vivir
y amar la vida cuando lo vulgar mancha el mundo;
y dolor de saber que se ha de revivir
sobre una tierra pura que mancha el rico inmundo!
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