En general, para los hijos las madres no tienen nombre, son simplemente
“mamá”, que en el secreto de sus letras significa el océano del que proviene el
ser humano o “madre”, el océano en que nacemos, la que nos abre el portal de la
vida y guía nuestro espíritu.
Los padres, si están presentes, tampoco llevan nombre y la expresión
papá apunta a la palabra que guía el espíritu, denotando que el rol del padre
se enfatiza cuando el niño domina el lenguaje. A su vez, padre, apunta al ser
que guía mediante la palabra, mostrando el mundo y guiando.
Recuerdo extensas caminatas de madrugada junto a mi abuelo y a mi padre
otorgando refugio a Caviedes, un liceano recién salido de un campo de concentración
o llevándome sobre sus hombros al nadar.
Nuestros progenitores, como Dios, no llevan nombre, porque están
extensamente inscritos en nuestra conciencia y son parte de nuestra individualidad.
En términos más generales, el ser humano puede aceptar nuevos padres, en
el sentido de maestro o guía, lo hace Dante con el espíritu de Virgilio, lo han
hecho millones con Buda, Jesús, Mahoma o Marx, o con sus maestros de escuela.
En el viaje del loco hacia su iluminación, resulta esencial liberarse,
crear una distancia adecuada- de padre y madre, pero a su vez, llevar una
relación armónica con ellos.
En lo que concierne al tarot, la madre es tan compleja que exige dos
láminas para estudiarla.
La papisa, liberada a medias de su yugo y protegida por un velo,
representa a la abuela o la mujer que se hace cargo de enseñar el lenguaje, las
tradiciones, los valores de la comunidad. En ella florece la experiencia y la
intuición. De solo mirarlo, sabe que el niño o la niña están enfermos, tristes
o llenos de miedo. Los espíritus infantiles se apegan a ella como las abejas a
su reina.
Hildegard von Bingen con sus visiones espirituales, sus premoniciones, sus recetas, su rol de educadora, sus libros y sus
avanzadísimas composiciones musicales es
un ejemplo modélico de la papisa.
La emperatriz en cambio, con el dorado que la señala como portadora de la
vida y el águila como expresión de la libertad que inculcará a su hijo, expresa
el poder del amor sano, respetuoso de la autonomía de su descendiente.
Pero fácilmente, la madre puede inclinarse hacia
el control, la restricción de la autonomía, la sobreprotección, la lujuria o la
competencia, fundamentalmente con las hijas. Astriflamante, la Reina de la
Noche en la Flauta mágica, la madre de Blanca Nieves que busca ser más bella
que su hija, la madre de Ravel y la
terrible Kali, devoradora de hombres, son ejemplos de estas madres no ideales y
hasta cierto punto, de madres reales.
Esta invasión de la madre a la esfera del hijo o la hija, lleva como
correlato un efecto liberador, a saber, la salida del hogar del joven o la
joven y la construcción de su propia
vida.
En otra consideración, la dimámica del control que la madre ejercita con
sus hijos, tras la mitigación de la pasión de pareja, suele
enfocarse en el marido, quién es
gobernado en el hogar por la dueña de casa y en cierto modo impulsado a
abandonar el hogar, tal como lo hacen los hijos. Este abandono puede ser total o
parcial con viajes y la inmersión en el trabajo.
A su vez, el marido suele tratar a su cónyuge como una madre que abriga y
otorga seguridad emocional.
Intuyo que la revolución científica y cultural de los últimos 200 años ha
contribuido a este empoderamiento de la mujer en el hogar, ya que no muere al
parir y ha dejado de tener numerosos hijos que consuman su energía y su tiempo.
En la antigüedad, la figura de la madrastra era esencial para reemplazar a la
madre fallecida. Pensemos en el caso de Juan Sebastián Bach.
Con todo, la madrastra y el padrasto regresan de la mano de los numerosos
divorcios e hijos nacidos de relaciones
efímeras. Tengamos presente al célebre huacho del que nos habla Sonia
Montecinos.
El padre, en cuanto guía va a tender a proteger a su hijo e impedir en que
incurra en riesgos. Pero la naturaleza libertaria del ser humano juega su rol.
Un hermoso ejemplo de esa interacción lo
desarrolla Yusuf ( Cat Stevens) con su maravillosa canción Padre e
Hijo, en que el joven manifiesta su decisión de sumarse a la Revolución de
Octubre y el padre busca persuadirlo de que no lo haga.
Ahora, por más que nos independicemos de los padres, llevamos en nosostros
su lenguaje, sus costumbres, sus genes, creencias, a veces sus enfermedades y sus virtudes. Muchas veces
tenemos sus formas de caminar, de cantar, de jugar con las migas de pan. Pienso
en Brahms acompañando a su padre a los burdeles de Hamburgo, en Mozart burlándose
de su padre en un duelo musical y en Rara, Maurice Ravel, criticando a su madre
libertina, musical y maravillosa en su épera de un acto L'Heure espagnole.
Mi abuelo paterno no fumaba, porque el tabaquismo llevó a la tumba a mi
bisabuelo. Ese es un ejemplo de la impronta que posee nuestra herencia
cultural.
Creo que ayuda mucho a la comprensión de los padres, el hecho de tener
hijos propios y experimentar el amor
filial y el instinto de protección.
Regresemos al Emperador con el número 4 marcado en sus piernas, su vínculo
con los cuatro elementos, las estaciones, geografía y gramática. Observemos el
predominio de su mano derecha, la razón, al contrario de la mano izquierda con
que la Emperatriz toma su cetro, la intuición que se encuentra al servicio de
Venus, esto es, el amor.
El Emperador suele quedar desplazado
por su ausencia o por la asentada labor de
la madre fuera del hogar, que le permite asumir roles tradicionalmente
masculinos.
Sin embargo, instintivamente, el
hijo buscará una guía masculina, un sensei que le enseñe los secretos del mundo,
un Homero que relate las aventuras de su pueblo, un Laertes que asuma la
defensa de su hijo.
Por el carácter tan estrecho del vínculo filial, la muerte del padre, de la madre o del
hijo/hija, entrañan un mazaso a la conciecia, una muerte parcial. Registro de
esas emociones encontramos en La mama morta, O mio babino caro, La mamá, Adios
Nonino y Con una pala y un sombrero.
La muerte de un hijo entraña un sufrimiento tan inefable que es campo del
silencio y la poesía