27 de septiembre de 2010

Circe




Dormía, cuando el espíritu de la noche

me tomó con su mano gigante,

llevándome a la isla de Ea.


La bruma y el tupido bosque

hacían de mi espacio

un universo ciego.


Horas estuve

trabando amistad con las serpientes

que pendían de las ramas,

con los finos dientes de los roedores,

con el alma húmeda de las plantas.


De pronto, escuché pasos

y sentí los ojos verdes de Circe

iluminar el sendero

como feroces lenguas de fuego.


Vi a los muertos rompiendo

sus tumbas para responder

a su llamado; observé los

hongos reluciendo en sus manos;

sentí el mar retrocediendo

y gimiendo;

probé las lágrimas de la Luna,

herida por la voz tremenda de la hechicera.



Junto a su casa de piedra

en el claro del bosque,

Circe trazó el círculo de sus poderes

y me ordenó entrar en él

junto a Ulises y Medea.


Poderosa,

abrió su majestuoso libro,

encendió el rubor de los cielos

y extendió su copa a mis labios.


Sin miedo,

inmunizado por el cáliz de la amargura,

bebí hasta la última gota

de aquel licor negro,

viscoso y con sabor a tierra.


Vino entonces la aurora

y Circe,

despojada de sus negras ropas,

me extendió sus brazos

en señal de bienvenida.


Limpia de rostro y clara de deseos,

me pidió un hechizo aéreo

para completar su poderes.


Honrado por su ruego,

le extendí mi más certero canto

e imitando el trabajo del rocío,

picado por el aguijón del astro naciente,

me diluí como vapor en el éter

y retorné a mi cálido lecho.





En la imagen, proveniente de Wikipedia, se aprecia a Circe en la imaginación de Waterhouse.

1 comentario:

lichazul dijo...

felicitaciones

un poema redondo!!

besitos de luz
buen lunes:)

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