26 de septiembre de 2010

Quinta Vergara





Caminábamos con Isidora

en medio de castaños, molles,

palmeras y el verdoso jardín

de la Quinta Vergara.


De pronto,

sonidos de metales

comenzaron a llamarnos

desde un lugar oculto.


En la parte trasera del Palacio,

encontramos un precario edificio

Bauhaus de dos pisos.



En sus cercanías

habían liceanos conversando,

hombres con grandes maletines,

funcionarios fumando,

pensando en sus deudas,

en sus mundos.


Los esbozos de música

provenían de la planta superior.

Subimos por una escala externa

y la puerta abierta

nos dejó ante una sala

en que un hombre tocaba el clarinete,

otro la trompeta

y un tercero soplaba un trombón

a medio armar.


Por varios minutos

observamos el ensayo,

ante la alegría de los músicos

benditos por el asombro

y el respeto de Isidora.



Iluminados por los sonidos

caminamos hacia el norte,

rumbo al Mueseo Artequin,

un pequeño barco

al borde del bosque,

habitado por copias gigantes

de pinturas clásicas,

un pequeño cine

y un taller de artes visuales.



Estaba Guernica,

el Asesinato de Marat,

el urinario de Duchamp,

Diego Rivera,

Hieronymus Bosch,

Durero

y la famosa Impresión

sobre la salida del sol.


La niña se impactó

por el crimen en el baño,

el puñal botado en el suelo,

la herida abierta,

el nombre de la asesina en la carta,

la inmensa oscuridad

cayendo sobre el poema.



Al mediodía comenzó una visita guiada,

un video sobre arte colonial,

un acercamientos a los ángeles,

monjas ahorcadas,

peces escuchando a San Francisco.


Luego, niños y padres

pasamos al taller,

bien dotado de lápices,

papel, color y pegamento.


Isidora expuso los tonos

verdes del jardín,

feliz de jugar con agua y témpera,

yo me quedé en los ojos de Santa Cecilia,

convertidos en ríos de sangre

en medio de tantos cielos.







La imagen proviene de http://wikipedia.org/

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