21 de agosto de 2011

Apolo y Dafne










Dafne ha perdido el movimiento de su boca,

su hígado se ha vuelto nido de pájaros,

pequeñas ramas crecen de su tronco

y sus ligeras plantas quiebran la tierra

con numerosas raíces.


Sin embargo, el poderoso sol

insiste en poseer su carne,

preñarla con el semen de sus rayos,

hacerse soberano de las aguas,

unir el ritmo y el deseo,

unir la fuerza y la belleza.


La versión de Ovidio en su Metamorfosis:


Apolo y Dafne El primer amor de Febo: Dafne la Peneia, que no

se lo dio el azar ignorante, sino la salvaje ira de Cupido.

El Delio a él, hacía poco, por su vencida sierpe soberbio,

lo había visto, doblando los cuernos para tensar el nervio, 455

y '¿Qué tienes tú, lascivo niño, con las fuertes armas?'

había dicho: 'esas son cargas decentes para los hombros nuestros,

que darlas certeras a una fiera, dar heridas podemos al enemigo,

que al que ora con su calamitoso vientre tantas yugadas hundía,

hemos derribado, de innumerables saetas henchido, a Pitón. 460

Tú con tu antorcha no sé qué amores conténtate

con irritar, y no las loas reclames nuestras.'

El hijo a él de Venus 'Atraviese el tuyo todo, Febo,

a ti mi arco' dice, 'y cuanto los seres ceden

todos al dios, tanto menor es tu gloria a la nuestra.' 465

Dijo, y rasgando el aire a golpes de sus alas,

diligente, en el umbroso recinto del Parnaso se posó,

y de su saetífera aljaba aprestó dos dardos

de diversas obras: ahuyenta este, causa aquel el amor.

El que lo causa de oro es y en su cúspide fulge aguda. 470

El que lo ahuyenta obtuso es y tiene bajo la caña plomo.

Este el dios en la ninfa Peneide clavó, mas con aquel

hirió de Apolo, pasados a través sus huesos, las medulas.

En seguida el uno ama, huye la otra del nombre de un amante,

de las guaridas de las espesuras, y de los despojos de las cautivas 475

fieras gozando, y émula de la innupta Febe.

Con una cinta sujetaba, puestos sin ley, sus cabellos.

Muchos la pretendieron; ella, rechazando a los pretendientes,

sin soportar ni conocer varón, bosques no hollados lustra

y de qué sea el Himeneo, qué el Amor, qué el matrimonio, no cura. 480

A menudo su padre le dijo: 'Un yerno, hija, me debes,'

a menudo su padre le dijo: 'Me debes, niña, unos nietos.'

Ella, como un crimen las teas odiando conyugales,

su pulcro rostro teñía de un verecundo rubor

y de su padre en el cuello prendida con tiernos brazos: 485

'Dame, padre queridísimo' dijo 'de una perpetua

virginidad disfrutar: dio esto su padre antes a Diana.'

Él, ciertamente, obedece, pero a ti el decor este, lo que deseas

prohíbe que sea, y con tu voto tu hermosura pugna.

Febo ama, y al verla desea las bodas de Dafne, 490

y lo que desea espera, y sus propios oráculos le engañan;

y como las leves cañas sahúman, despojadas de sus espigas,

como con las hachas los cercados arden, que al acaso un caminante

o demasiado acercó o ya a la luz abandonó,

así el dios en llamas se vuelve, así en su pecho todo 495

se abrasa, y estéril, esperando, nutre un amor.

Contempla no ornados de su cuello pender los cabellos

y '¿Qué si se los peinara?,' dice. Ve de fuego brillantes,

a estrellas semejantes sus ojos, ve sus labios, que no

es haber visto bastante; alaba sus dedos y manos 500

y brazos, y desnudos en más de media parte sus hombros;

si algo está oculto, mejor lo cree. Huye más veloz que el aura

ella leve y no ante estas palabras del que la revoca se detiene:

'¡Ninfa, te lo ruego, del Peneo, espera! No te sigue un enemigo,

¡ninfa, espera! Así la cordera al lobo, así la cierva al león, 505

así al águila con su ala huyen temblorosa las palomas,

a los enemigos cada uno suyos: el amor es para mí la causa de seguirte.

Triste de mí, no de bruces te caigas o indignas de herirse

tus piernas señalen las zarzas y sea yo para ti causa de dolor.

Ásperos, por los que te apresuras, los lugares son: más despacio, te ruego, 510

corre y tu fuga inhibe, que más despacio persiga yo.

A quién complaces pregunta, con todo: no un paisano del monte,

no yo soy un pastor, no aquí reses y greyes,

hórrido, vigilo. No sabes, temeraria, no sabes

a quién huyes y por eso huyes: a mí la délfica tierra 515

y Claros y Ténedos y los reales de Pátara me sirven;

Júpiter es mi padre; por mí lo que será, y ha sido,

y es se revela; por mí concuerdan las canciones con los nervios.

Cierta, en verdad, la nuestra es: que la nuestra, con todo, una saeta

más cierta hay, la que en mi vacío pecho estas heridas hizo. 520

Invento la medicina mío es, y auxiliador por el orbe

me llaman, y de las hierbas la potencia sometida está a nos.

¡Ay de mí, que por ningunas el amor es sanable hierbas,

y no sirven a su dueño, las que sirven a todos, artes!'

Del que más iba a hablar con tímida carrera la Peneia 525

huye, y con él mismo sus palabras inacabadas deja,

entonces también pareciendo hermosa; desnudaban su cuerpo los vientos,

y las brisas opuestas hacían vibrar sus ropas a su encuentro,

y leve el aura atrás daba, empujados, sus cabellos,

y acreciose su hermosura con la huida. Pero entonces no soporta más 530

perder sus ternuras el joven dios y, como aconsejaba

el propio Amor, a tendido paso sigue sus plantas.

Como el perro, en un vacío campo, cuando una liebre, el galgo,

vio, y este su presa con los pies busca, aquella su salvación;

el uno, como quien está a punto de cogerla, ya, ya tenerla 535

espera, y con su extendido morro roza sus plantas;

la otra en la duda está de si ya ha sido apresada, y de los propios

mordiscos se arranca y la boca que le toca atrás deja:

así el dios y la virgen; es él por la esperanza raudo, ella por el temor.

Sin embargo el que persigue, por las alas ayudado del Amor, 540

más veloz es, y el descanso niega, y a la espalda de la fugitiva

acecha, y sobre su pelo, esparcido por su cuello, alienta.

Sus fuerzas ya consumidas, palideció ella, y vencida

por la fatiga de la rápida huida, contemplando las peneidas ondas

'Presta, padre,' dice 'ayuda; si las corrientes numen tenéis, 545

por la que demasiado complací, mutándola, pierde mi figura.'

Apenas la plegaria acabó un torpor grave ocupa su cuerpo,

su muelle torso se ciñe de una tenue corteza,

en fronda sus pelos, en ramas sus brazos crecen, 550

el pie, ora tan veloz, con morosas raíces se prende,

su cara copa tiene: permanece su nitor solo en ella.

A esta también Febo ama, y, puesta en su madero su diestra,

siente todavía trepidar bajo la nueva corteza su pecho,

y estrechando en sus brazos esas ramas, como a miembros, 555

besos da al leño; rehúye en cambio sus besos el leño.

Al cual el dios: 'Mas, puesto que esposa mía no puedes ser,

el árbol serás, ciertamente' dijo 'mío. Siempre te tendrán

a ti mi pelo, a ti mis cítaras, a ti nuestras, laurel, aljabas;

Tú a los generales Lacios asistirás cuando su alegre voz 560

el Triunfo cante, y divisen los Capitolios las largas pompas;

en los postes Augustos tú misma, fidelísisma guardiana,

ante sus puertas estarás, y la encina central guardarás,

y como mi cabeza es juvenil por sus intonsos cabellos,

tú también perpetuos siempre lleva de la fronda los honores.' 565

Había acabado Peán: con sus recién hechas ramas la láurea

asiente y, como una cabeza, pareció agitar su copa.



Francisco de Quevedo nos dejó estos poemas hermanos:





A Dafne, huyendo de Apolo





"Tras vos, un alquimista va corriendo,

Dafne, que llaman Sol, ¿y vos tan cruda?

Vos os volvéis murciégalo sin duda,

pues vais del Sol y de la luz huyendo.

Él os quiere gozar, a lo que entiendo,

si os coge en esta selva tosca y ruda:

su aljaba suena, está su bolsa muda;

el perro, pues no ladra, está muriendo.



Buhonero de signos y planetas,

viene haciendo ademanes y figuras,

cargado de bochornos y cometas."



Esto la dije; y en cortezas duras

de laurel se ingirió contra sus tretas,

y, en escabeche, el Sol se quedó a escuras.



A Apolo siguiendo a Dafne






Bermejazo platero de las cumbres,

a cuya luz se espulga la canalla:

la ninfa Dafne, que se afufa y calla,

si la quieres gozar, paga y no alumbres.

Si quieres ahorrar de pesadumbres,

ojo del cielo, trata de compralla:

en confites gastó Marte la malla,

y la espada en pasteles y en azumbres.



Volvióse en bolsa Júpiter severo;

levantóse las faldas la doncella

por recogerle en lluvia de dinero.



Astucia fue de alguna dueña estrella,

que de estrella sin dueña no lo infiero:

Febo, pues eres sol, sírvete de ella.



La imágenes de la célebre escultura de Bernini provienen de este sitio y de http://www.wikipedia.org/

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