La línea férrea entre Valparaíso y Santiago gatilló dos ciudades
concebidas desde razón y luz: Limache y Viña del Mar.
Nuestra ciudad fue pensada laica y tolerante, rodeada de parques,
colmada de jardines e industrias, dignas casas de obreros y mansiones con escudos
de riqueza.
La ciudad es entonces poema y en esa condición sagrada, constituye una
puerta hacia la luz.
Hay puertas que respiran sobre puentes, rincones de Avenida Libertad,
nuestra casa en Viana, aquellas pitagóricas plazas, el hogar-cárcel de Teresa Willms, la desembocadura del estero,
Caleta Abarca, Avenida Marina, la tumba del presidente, los palacios y la
entrañable Pandia.
Usualmente se accede en los sueños, en trance o durante el ritual, pero
a veces basta con mirar el crepúsculo, dejarse llevar por un perfume,
integrarse al temporal, sentir el rubor de la primavera.
En la urbe, los ejes geográficos están
marcados:
A la vía del norte la
llamamos Libertad
Marga Marga trae
aguas desde Oriente
En el sur, nuestra
hermandad de colinas
En occidente: el valle
del paraíso
y el amplio poder del
Océano
Parece que en el
cruce de los ejes se concentra la magia, se funden los siglos y la conciencia
humana vuelve a ser la luz.

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