15 de abril de 2012

Tántalo




















Tántalo avezado navegante
y hábil conquistador de Lidia
visita los fértiles campos
ubicados a la sombra del monte Sípilo
divulgando secretos de agricultura
que dice haber robado de su padre Zeus
y de su vieja abuela Tetis
residentes en el altísimo Olimpo
y en el profundo abismo del Océano.

Al final del verano
el joven rey organiza carnavales
y un vino dulce que excita y perturba
corre como premio del trabajo
mientras la miel
anticipa besos adolescentes
y el sol se regocija con tanta luz
fecundidad de la tierra y de la carne.

Sin embargo
los antiguos sacrificios humanos
persisten en su arraigo sobre las almas
y temen las gentes
que Demeter la dueña espiritual de las siembras
niegue el crecimiento de las plantas
de no recibir en sangre el salario de su trabajo.

El Rey decide humanizar aquellos ritos
y tras nacer el bigote sobre los labios de Pélope
- el mayor de sus hijos-
celebra su hombría y la nueva primavera
con la mayor fiesta de la historia,

multitudinaria, dramática,

colorida en plena luna llena.

Ordenó que el vino

abundara como el rocío

excitando los deseos
desbordando los límites.

De pronto
Tántalo lleva al muchacho
excitado por las danzas
y encuentros lascivos
hasta una amplia y circular cámara oscura
allí donde ahora se hospedan los Dioses.

Justo a medianoche
Tántalo regresó de la sala prohibida
relatando haber sacrificado a su hijo
y que los Dioses han puesto fin para siembre
a tan horrible práctica
en reconocimiento a la virtud de Tántalo y su hijo
y en prueba del amor divino por aquel pueblo pacífico.

Agrega
-aprovechando una vieja herida de caza-
que sólo Demeter
ha probado un trozo de carne
y que Zeus ha ordenado a los sacerdotes
regresar a Pélope al plano de los vivos.

Alumbrados por antorchas
el gentío ve salir a los guardias
con fuentes llenas de carne
en las bandejas típica de un banquete.

Los aparentes restos de Pélope
son depositados en pública ceremonia
en un amplio caldero de hierro
ubicado en el atrio del templo
lleno con agua de la fuente sagrada
y alimentado con esencias secretas
sacadas del Océano.

Al mediodía
cuando el agua ha dejado de hervir
el muchacho emerge de su muerte
y el pueblo muda su silencio
por cantos de alabanza a los dioses
maravillosamente guiados
por un coro de sacerdotes.


Años de abundancia prosiguen
los Lidios no se resignan a los nuevos tributos
y aparecen rebeliones ahogadas en sangre.

Todo empeora al escasear las lluvias
y se desmorona con la última erupción del Sípilo
que mata a Tántalo y destruye su palacio
con rocas lanzadas desde el cráter
y terribles crecidas de los ríos.
Así concluye la edad de oro en Lidia
el antiguo tiempo de la abundancia.


Los nuevos gobernantes culparon a Tántalo
de aquella devastadora tragedia
y atribuyeron su muerte a la ira de Zéus.
Le reprocharon haber ofendido a los Dioses
buscando engañar a sus huéspedes sagrados
para hacerlos probar la carne humana rechazada.

Lo acusaron, desagradecidos,
de haber hurtado en el Olimpo
los secretos del campo;
divulgar entre mortales
el arte de criar abejas;
repartir licores
que sólo beben los dioses,
alucinógenos fantásticos
disueltos en miel y vino.

Pronto difundieron
que fue visto en el Tártaro
antiguo plano de los muertos.
Allí estaba siempre a punto de ahogarse
y estirando inútilmente sus manos
hasta un árbol cargado de frutas,
mientras una gran piedra en el cielo
apuntaba eternamente a su cabeza.


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