
Es cierto que debemos castigar a la Concertación por abrirse de piernas y gibarizar la esperanza.
Hay que mandarla un buen rato a la cresta, por chueca, por fome, por gris, por hacernos trampa.
Acusémosla de nuestra tristeza, de nuestras cuentas gigantes, de la mierda en nuestras manos, en nuestros rostros, en nuestro aire.
Gritemos de rabia por los empujones en el metro, por los obreros traicionados, por los asesinos sueltos, por los bosques que se apagan, por el hermano indio que llora su montaña.
Gritemos de rabia por nuestros años que se incendian, por la vida que se rompe sin amor, sin dulzura, sin prestancia.
Revolvamos el gallinero. Al fin y al cabo es nuestra casa.
Es la mitad de la noche y llueve.
No queda otra cosa que cantar. Como si aún tuviéramos sueños. Como si a aún tuviéramos ganas.
Sigue el cielo rugiendo y habla la derecha en la televisión, las radios y toda la prensa.
Los dueños de Chile quieren volver a La Moneda. Llenar las cárceles. Privatizar las escuelas. Perseguir el sexo. Prohibir la alegría. Borrar la esperanza.
Gobernar el país como si fuera un mall, un mercado de baratijas, un pozo de dinero y cobre.
Gastan millones en comprar nuestros votos. No pasarán. Esta pequeña libertad nos costó mucho y no se vende. No se rinde. No deja de buscar la estrella más alta.
Busquemos nuestras manos en la Alameda y comencemos a danzar, como si fuera octubre y primavera.
En este girar y girar, tomemos nueva luz, nuevas ganas, nueva confianza.
No se trata de aplaudir el gris. Se trata de asumir en que vereda de la historia habita nuestra alma. Se trata de persistir en la esperanza.
La imagen pertenece a una obra de José Balmes.






Dios según Miguel Angel







