7 de enero de 2010

6 de enero




6 de enero



Mientras las estrellas jugaban sobre nuestras cabezas

y un comité de ángeles peinaba a Isidora,

tres almas descansaban una al lado de la otra.

Desperté y comencé a escribir mi sueño en el Pedagógico.

Dejé de lado la manifestación clausurada por Daniel Díaz.

Al rato llegó Isidora con su rito de leche, bacinica y abrazos.



Tras disparar un poema al cielo,

repasé mi alegato de la mañana.

"Sandoval contra el Servicio",

un cargo redactado ambiguamente,

ausencia de Fiscal,

Tercera Sala de la Corte,

Maureen en la relación.

El Estado recusó

y quedé libre a las nueve y diez,

tras publicarse el aviso.



Mientras esperaba en el Palacio

noté que tengo convicción de palabra,

que soy un poema hecho de luz,

agua y barro. ¿ No será demasiado?

También estudié el caso de Alberto.


Minutos más tarde

comencé a caminar por la calle Prat,

por la vereda del mar venía Reinaldo

y cruzó para recordar nuestro comité del martes,

nos reímos un rato,

me habló de cucharas atacando a platos

de un hombre que no aprende.


Entré a la Notaría de Ricardo y Anita,

corregí una escritura

y seguí hacia la Gobernación.

Allí hablé con Rosa, las esposa de Fernando,

observé los dibujos de su hijo que adornaban el muro

y le entregué un amparo de transparencia

para Pamela, la Coka Grande y Martita.

Rosa pidió otro documento

y me regaló un viaje junto al mar.


En el ascensor que conduce a mis carpetas

encontré a Daniel y le conté del sueño

de su clausura y su multa,

del enojo del pueblo en su contra.


En mi despacho aguardaba la demanda de Marcela,

una historia de infidelidades, viajes

y 140 millones en discusión.

Tras tareas y llamadas regresé al Puerto,

pensando en la hilación de los temas,

en la aplicación de los símbolos a la realidad,

en las líneas que me llegaron desde Europa.



En el trayecto me llamó José,

pidiendo un documento y una gestión.

En el piso 15 regresé donde Rosa.

Abracé a su marido.

Me contó de su hijo mayor.

De su pasión por el dibujo.

Bajo al piso 6.

Una maga calamar me saluda.

Cumplo el encargo de José.




Vuelvo a la ducha, agua fría,

Tú entras para ofrecerme las llamas.

Desayuno: un vaso de agua.

Tareas del día: Tomar una hora con Benedicto, el pediatra.

Confirmar la casa de veraneo en Maitencillo.


Cierro el flash back.

Es mediodía y estoy junto a Neptuno,

pido un café americano,

Roberto Ampuero llega con sombrero

y guayabera blanca,

como si aún estuviera en la Isla

en que dijo usar el verde oliva.


Reviso las librerías y te llamo.

Al rato respondes y me regalas

tu presencia en el almuerzo.


Caty y una colega

me ayudaron a esperarte,

hablando de rabietas,

de tener hijos distanciados

de aranceles y pagos.


Tu estabas peinada por el sol,

la dulzura brillaba en tu rostro

mientras me hablabas del Convento

y me desafiabas a escribir este poema.


Yo te escuchaba y dejaba que mis dedos

recorrieran tus manos.


Me perturbó que cruzara tanta gente que conozco,

como si la ciudad me hablara constantemente,

de estudios, conversaciones pasadas,

derrotas, usos cotidianos.


Caminamos juntos por Avenida Brasil,

Vimos juguetes para Sofía y Manuel.

Hablamos de tus libros que se mudan y mudan.

Compré el bono de Isidora.



Regresé al trabajo.

Hablé con un marido para saber que haría con su vida.

Resolvió postergar su decisión hasta mayo.

Planifiqué las próximas audiencias.

Cumplí el segundo encargo de José. Hablé con Anita.

Pensé en la solicitud que llegó desde Grecia.

Jorge, un guardia me visitó para

hablarme de su hijo, Obama, el trabajo

del actor sobre si mismo,

la Revolución Rusa,

las iglesias evangélicas y el idealismo alémán.

Arreglé el problema de Macarena.

Salí a comprar regalos.


Regresé a casa y nuestra hija me recibió

sonriente, llena de alegría.

Mané estaba cordial y hablante,

tal como siempre.



Poco después llegó mi padre.

Le conversé sobre Raquel y estuvo de acuerdo.

Me habló de los landmaks,

revisó un libro dorado con fotografías de iniciaciones antiguas.

Comentó las gracias

y la belleza de Isidora.

¿Dónde se conocieron los tatas?

Me dijo que no recuerda.

Pidió ver a los candidatos en su franja.


Preparé una cena de res, pavo y ensaladas.

Guindas, frutillas y helado llegaron al final.

Tu nos hablaste de reclamos contra el Castillo,

de direcciones y gatos.



Isidora hizo una rabieta al quedarnos solos.

La tomé en brazos y la llevé a su pieza.

Conversamos de papá a hija.

Hicimos un trato y regresamos amigos.


La familia a jugar al sillón,

revisar internet, leer,

confirmar el refugio en la playa,

ver los monos de Isidora y

las historias de Charlie.



Se apaga la tele y vienen los relatos para la hija.

Leemos el libro que le regalé para su primer solsticio de verano.

A Isidora le encantan las imágenes de Santos Chávez.

Los poemas de Víctor Jara la dejan en silencio.


Quise escuchar Finlandia y luego lo olvidé.


Nos vamos a la cama y seguimos con un resumen

de Jolanta, la princesa ciega.


Me recuerda a Sidharta, nos quedamos dormidos.



Uy, me salté a Esteban en la Avenida Brasil,

las llamadas de Tati

con su disco desconfigurado y los preparativos

del examen que ya viene.


Casi olvido a Gonzalo Dittus

y el éxito de la exposición de Andrea Gaete en el Bar Inglés.

6 cuadros vendidos, que alegría!!!


También obvié tu llegada a casa,

mis manos ayudándote a subir,

el recuerdo de tu padre tocando la puerta.



Recreo, amanecer del siete de enero de 2010.





En la imagen "El almuerzo desnudo", de Eduard Manet.

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